jueves, 2 de agosto de 2007

La boira. Parte 2

Bueno, continuamos con las aventuras y desventuras que suceden por la bonita comarca de El Pueyo.

Aquí llega la parte 2. Por cierto, hace una mañana muy bonita hoy y ha bajado la temperatura cinco grados de ayer a estas mismas horas. Creo que esta noche igual salimos a tomar algo :)

La boira. Parte 2

Había un antiguo caserón en Lobera llamado Casa Solana, una enorme mansión de piedra de más de trescientos años propiedad de una familia de la cercana Zaragoza a la que acudían a pasar algunos fines de semana y veranos. Esta antigua casa estaba ocupada en estos días por Daniel, un miembro de la familia, y dos amigos, Salva y Marc, que se encontraban preparando el rodaje de un corto de terror en las estancias de la casa aprovechando los días de boira para grabar algún exterior. Eran unos chicos jóvenes, urbanos, adictos al cine de terror, sobre todo al japonés y a las películas de serie B del estilo de El Vengador Tóxico o Terroríficamente Muertos, vestidos con cabezales de chandal negros, pantalones con bolsillos y deportivas, que paseaban por el pueblo con Rob Zombie o Sepultura sonando en el coche a todo volumen, lo que hacía que aún fuesen más tema de conversación en el pueblo.
Ser "raro" y forastero en un pueblo tan pequeño no es bueno, y en alguna ocasión puede ser peligroso. Esta vez fue letal.

Cuando los más exaltados de los vecinos, con su alcalde al frente, se dirigieron hacia Casa Solana fue Salva quien abrió la puerta.
- Buenas noches, ¿qué sucede…?
Aún no había empezado el alcalde a gritarle en su cara cuando Alfonso, envalentonado con algunas copas de pacharán, agitó amenazadoramente su fusil. Tal vez se olvidó de poner el seguro, o tal vez no, pero una vez que la seca detonación de su arma restalló, los acontecimientos de desataron.
La cabeza de Salva explotó salpicando de restos al alcalde y al propio Alfonso. Marc y Daniel, que bajaban las escaleras, echaron a correr despavoridos.
Tras un largo instante de silencio, los vecinos empezaron a gritar, como exaltados en un trance satánico. Su miedo había despertado su sed de venganza y sangre y entraron en la casa, como bestias, destrozándolo todo.
A Marc lo atraparon intentando saltar por la ventana de la cocina. María, la carnicera del pueblo, lo ensartó con un cuchillo jamonero y quedó despatarrado encima del fregadero, con la sangre chorreando sobre los platos de la cena, de su última cena.
Daniel conocía bien la casa, y se escondió arriba, en las falsas, en un antiguo y secreto pasadizo que ya se había utilizado en la guerra civil cuando los nacionales venían a darles "el paseo" a los rojos. Oyó muchos gritos, ruidos de cosas cayendo y arrastrar de muebles… ¡buscándolo!. Permaneció oculto mucho, mucho tiempo, hasta que todo quedó aparentemente en calma.

Cuando aún no había comenzado a tranquilizarse notó olor a humo y salió de su escondite. A través del tejado de la casa huyó cuando las primeras llamas comenzaban a iluminar la pálida noche. Se oían gritos en el pueblo y el aire estaba impregnado de un olor maléfico, a muerte y a sangre. Los asesinatos en su casa habían desencadenado una espiral de violencia en la que todas las rencillas acumuladas entre los habitantes del pueblo durante años habían salido a la luz. La noche de los cuchillos largos había llegado a Lobera y ya nada podría detenerla hasta el alba.
Corrió, amparado por las sombras, en busca de auxilio, sin saber a donde acudir. Sus pasos lo encaminaron a las afueras del pueblo, hacia La Foz, una pequeña colina con restos de los antiguos pobladores íberos de la zona en la que aún se pueden ver construcciones funerarias y un dolmen que según dicen se utilizaba para ritos religiosos.
La casa de Raúl, el herrero, se encontraba situada detrás de la colina, a un kilómetro del pueblo. Buscaba consciente e inconscientemente la soledad. Con la excusa de no molestar a nadie con el ruido de la fragua conseguía mantenerse a cierta distancia de los aspectos más cotidianos y burdos de la vida del pueblo. A él no le importaba trabajar hasta altas horas de la noche, con Radio 3 compitiendo con el sonido metálico del hierro al ser forjado.
Daniel vio luz en el taller y se dirigió hacia él, la puerta estaba abierta y Raúl se afanaba con una gran estructura de hierro.
Daniel entró corriendo, muy agitado.
- ¡Ayúdame por favor, se han vuelto todos locos!, ¡No tardarán en llegar aquí!
- Pero…, ¿qué es lo que pasa?
Raúl no podía dar crédito a lo que le contaba Daniel pero cuando, tras apagar la radio, se asomó a la ventana escuchó el rumor que llegaba del pueblo y vio el resplandor del fuego danzando entre la niebla comprendió que Daniel, al que conocía de tiempo atrás, tenía razón.
- ¡Joder!, Tenemos que salir de aquí antes de que se les ocurra venir. No puedo dejar el encargo de las monjas para que me lo quemen esos locos, ya está acabado y me deben mucho dinero. ¡Ayúdame rápido a cargarlo y vamos hacia el monasterio para entregarlo!
- Pero…, ¿no habría que ir a avisar a la Guardia Civil…?
- ¿Esos…?, - dijo despreciativo Raúl - si no están de putas en San Lorenzo del Pueyo estarán ya muertos. ¡Ayúdame, corre!
Cargaron deprisa la estructura en la Mercedes Vito del 2000 de Raúl. Cuando se disponían a marcharse apareció Antonio, uno de los habitantes del pueblo, venía sudoroso, con heridas y se abalanzó sobre ellos con un hacha. Consiguieron esquivarlo y Daniel que se encontraba un poco apartado le golpeó con un gran mallo. El ruido de su espalda al quebrarse sonó demoledor dentro de la herrería. Antonio cayó al suelo y permaneció inmóvil, gimiendo y babeando como un perro rabioso.
- ¡Pero qué coño está pasando aquí!, - grito Raúl - ¡Esto no es normal tío!. Parece como si estuvieran todos poseídos. ¡Vámonos de una puta vez!

La furgoneta arrancó chillando rueda, las marcas de los neumáticos sobre el asfalto parecían decir adiós al taller, al pueblo y a la vida que habían conocido hasta entonces.
Se encaminaron siguiendo unos caminos algo apartados de la carretera hacia el cercano monasterio. Conforme se iban acercando la boira se iba haciendo más intensa, parecía que la oyeran susurrar, sintiendo su frío aliento en la nuca. Sus ojos se volvían involuntariamente a mirar a la parte de atrás de la furgoneta, como si supieran que alguien o algo estuviera viajando con ellos. Sólo la fría estructura de hierro los contemplaba silenciosa y siniestra.

Cuando por fin llegaron, ya casi no veían a unos metros de distancia y la noche parecía crujir y rechinar como un viejo suelo de madera. Las rojas piedras arcillosas con las que estaba construido el monasterio rezumaban humedad y las paredes parecían sangrar.
Llamaron a la campana que hay en la puerta del monasterio y su tañido resonó lúgubre, como un anuncio de muerte pregonado a la oscuridad de la noche.
Cuando aún no se había apagado el sonido de la campana se abrió la puerta, como si les estuvieran esperando. Era la hermana Edelmira, sus ojos brillaron burlones, hambrientos al verlos. No pareció sorprendida de que llegaran en mitad de la noche.
- Veo que ya ha terminado nuestro pequeño encargo. Pasen, han llegado en el momento oportuno…
- ¡No se puede imaginar lo que ha pasado en Lobera!.
- Estoy al tanto. Pese a lo que puedan pensar las noticias llegan rápido a nuestro humilde hogar. Ha sido culpa de estos días de tanta niebla. Recuerdo algo parecido cuando estaba de novicia en nuestra Abadía de Dinant, en las Ardenas belgas, allá por enero del año1945. - Raúl y Daniel se miraron extrañados ya que la hermana no aparentaba tener tanta edad - Hacía muchísimo frío, como ahora, niebla intensa y fuertes nevadas. Teníamos un pequeño hospital con heridos leves del 502 Regimiento de la 101 Aerotransportada cuando llegaron tropas alemanas del 4° SS Regimiento Panzergrenadier "Der Führer". En un principio todo fue bien pero sucedió algo terrible y…, ninguno sobrevivió.
- ¿Y qué fue lo que pasó…?
- Luego lo sabrán…, bajen la pieza y síganme.
Acompañaron a la hermana a través de oscuros corredores, descendiendo hacia las entrañas del monasterio. Era curioso, pero no se oía ningún ruido, ni siquiera el correteo apresurado de los ratones al huir a su paso.
Llegaron a una gran sala y colocaron la estructura sobre un pedestal, en el centro de la estancia. Cuando habían terminado de anclarla al suelo y levantaron la vista vieron que el resto de las monjas se encontraban en la sala situadas en forma de círculo, rodeándolos.
Había algo que iba mal, tremendamente mal, Raúl agarró su martillo con fuerza y Daniel lanzaba nerviosas miradas hacia todas partes.
La monjas dejaron caer sus hábitos y quedó al descubierto su verdadera personalidad, eras monjas licántropas. Monjas lobo que se iban perpetuando alimentándose de los desgraciados que caían en sus manos y provocando el mal, en su más puro estado, allá donde llegaban.
Las lobas se abalanzaron sobre Daniel que desapareció sepultado bajo ellas, devorado en unos instantes del cuello para abajo mientras Raúl paralizado por el terror lo contemplaba.
La hermana Edelmira aún conservaba su aspecto humano y su voz, que ahora se asemejaba más a un gruñido, le ordenó con un tono autoritario y ahora ya definitivamente burlón
- Suelta ese martillo.
- ¿Qué es lo queréis de mi…? - Dijo gritando Raúl -, ¡Malditas zorras, venid a por mí si os atrevéis!
- No intentes resistirte. -Le contestó Edelmira -. Te hemos elegido y no queremos devorarte…, al menos por el momento. Podrás seguir manteniendo tu sucia cabeza pegada al resto de tu cuerpo unos cuantos días más si te portas bien.
- ¡ Dios mío, ayúdame!
- ¿Dios…? - la hermana Edelmira, la Gran Loba de la manada se rió alegremente - Dios no se atreve a entrar aquí. Te queremos para reproducirnos, la manada necesita nuevas lobeznas y tú nos vas a ayudar quieras o no. Si estás a la altura tendrás una muerte rápida, si no…, sufrirás durante días en el juguete que nos has construido.

Raúl agachó la cabeza, bajó los brazos y quedó en silencio. Mientras lo conducían hacia sus aposentos vió, colgada en la pared de un gran salón de trofeos, una cabeza con un casco alemán de la segunda guerra mundial acompañada de muchas otras más.


Zaragoza, enero de 2005

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado este relato tuyo, Al.
¿Por qué no lo cuelgas en ka-tet?

alcorze dijo...

Gracias, Sonia :)

Es un relato que a mí también me gusta como quedó. Tal vez lo ponga en el ka-tet pero de hecho este lo escribí para el segundo concurso literario de allí. Esto fue antes de que se cayera el portal varios meses. Igual me animo y lo pongo. El resto de relatos que vaya colgando aquí también son de los concursos del ka-tet. Estoy escribiendo una historia corta que tal vez la vaya colgando aquí también para pedir opinión jeje.