lunes, 21 de enero de 2013

Libros leídos 2013 - 4 - Aquí y ahora - Jim Thompson

- 1 - La peste azul - Gilles Thomas
- 2 - Retales - Jose Antonio García Santos
- 3 - Paciente cero - Jonathan Maberry
- 4 - Aquí y ahora - Jim Thompson

portada de la edición de Ediciones de Bolsillo, la que viene prologada por King
 
Jim Thompson es uno de los mejores escritores norteamericanos del siglo XX. Aunque es más conocido por ser autor de novela negra en realidad cultivó casi todos los géneros. 1280 almas sea, probablemente, su obra más conocida.

Aquí y ahora (Now and On Earth) es su primera novela. Escrita en 1942, y con una buena carga autobiográfica. En ella vamos a conocer la vida de un perdedor, un hombre desgraciado (en el sentido menos peyorativo de la palabra). Jim Dillon, un escritor frustrado, que trabaja en una fábrica y que se ve obligado a hacerse cargo de toda su familia.

Llegué a esta novela debido a Stephen King. King prologó la edición que véis en la fotografía. Y en mi afán de tener todo lo publicado en castellano por King, me hice con ella.

Pero si el prólogo es bueno, la novela es mágnífica. Hasta hace bien poco estaba totalmente descatalogada., pero ha sido recientemente reeditada por RBA, así que, quien la quiera leer, puede hacerlo. 

Podría seguir haciendo una reseña más amplia de esta espléndida historia, pero, en lugar de seguir hablando de la novela, mejor os copio el prólogo de King que os hablará de este autor, como sólo el Maestro sabe hacerlo:

Stephen King, haciendo lo que mejor sabe

Prólogo

Elogio del gran Jim Thompson

Si me obligarais a punta de pistola (recurso que me parecería justificado en vista de la cuestión que se debate), probablemente me las arreglaría para mencionar a veinte novelistas de primera fila asociados al género negro en menos de media hora. Por supuesto, dicho listado no reflejaría sino mi propia opinión; los puristas acaso no vieran con agrado la inclusión de escritores como Ed McBain y John D. MacDonald, si bien el listado también incluiría a nombres que sin duda complacerían a esos mismos puristas, autores como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Ross MacDonald, Robert Parker y demás. Si a punta de pistola me obligarais a mencionar a aquellos novelistas estadounidenses que en mi opinión han escrito grandes novelas sobre la mente criminal, mi listado sería mucho más breve; y además, resultaría que la mitad de sus integrantes sólo escribieron una novela: Theodore Dreiser (Una tragedia americana), Frank Norris (McTeague) y Elliot Chaze (Wettermark). Los tres autores que escribieron más de una novela de esta clase serían Shane Stevens, James M. Cain y Big («Grande») Jim Thompson.

 ¿Acaso Jim Thompson era físicamente grande? La verdad, no lo sé. Thompson provenía de Texas, Oklahoma o algún lugar parecido, así que yo me lo imagino como un hombretón. Con todo, los escritores muchas veces inducen a pensar en un locutor radiofónico sobrado de peso pero de vocecilla atiplada: quienes escriben la prosa más viril resultan ser, viéndolos en una fotografía, sujetos rechonchos y paliduchos con aspecto de peritos de seguros. Pero tanto da; para mí, Thompson siempre será Big Jim, y ello porque escribía a lo grande.

 Punto éste que merece una explicación.

El escenario de sus novelas no tenía nada de grande o imponente; sus personajes raramente resultaban imponentes (con la posible salvedad de Doc McCoy, el protagonista de La huida)—, los mismos crímenes que relataba estaban a años luz de las conspiraciones a gran escala a que nos tienen acostumbrados el Chacal de Frederick Forsyth o los nazis resueltos a liquidar a Winston Churchill ideados por Jack Higgins. Los criminales descritos por Big Jim Thompson, al igual que los creados por James Cain o Shane Stevens, más bien vivían atrapados en un mundo reducido, enmarañado y marcado por el botín irrisorio y los líos vulgares. Pero, a la vez, los libros de Thompson tenían una osada, una asombrosa dimensión en lo tocante a la ambición y el riesgo artísticos, a su perspectiva agresiva y en absoluto complaciente. Edmund Wilson (quien asimismo escribió un ensayo estupendo, por vitriólico, pero desatinado a más no poder, titulado ¿Y qué importa quién asesinó a Roger Ackroyd?) en su momento dictaminó que El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain, no era sino el aspecto salvaje de los figones de mala muerte. El problema no radica tanto en que Wilson anduviera desencaminado como en que el comentario provenía de un hombre que apenas había puesto los pies en los tabernuchos y las misérrimas cafeterías de Estados Unidos.

En todo caso, los figones existían y siguen existiendo; los pueblos como el descrito sin misericordia en la novela 1.280 almas de Thompson existían y siguen existiendo; los delincuentes de baja estofa y los individuos perseguidos y desesperados siguen existiendo. Es posible que no cenen en el restaurante del hotel Waldorf, pero los profesionales de la intelectualidad y las mujeres menopáusicas que sí lo hacen tampoco son exactos representantes del mundo entero.

 En cierta ocasión Wilson se metió con Nelson Algren, acusándolo de practicar «una literatura próxima a la cloaca», como si la mierda no existiera... Y sin embargo, quienes tenemos los pies en este mundo podemos atestiguar que sí que existe. Y que su ámbito no se limita a retretes y alcantarillas. A veces llega a desbordarse y a inundar las calles, las cafeterías y la psique humana.
Para mí, Big Jim Thompson fue y sigue siendo un escritor grandioso porque no le tenía miedo al elemento salvaje presente en las cafeterías, porque no tenía miedo a la mierda que a veces se acumula en los sumideros bajo las previsibles y conscientes relaciones sociales. Ningún paciente disfruta cuando el médico se pone el guante de látex y le pide que se agache y se quede inmóvil mientras lo examina... Lo que pasa es que alguien tiene que dar con esas irregularidades que pueden apuntar a la existencia de cánceres y tumores, cánceres y tumores que pueden existir en el intestino de la sociedad tanto como en el del paciente. Dreiser lo sabía, Melville lo sabía, B. Traven lo sabía, Dostoievski lo sabía. Thompson también sabía la verdad, que toda sociedad sana necesita una literatura formada por proctólogos tanto como por neurocirujanos.

¿Sabéis lo que más admiro de Thompson? Que el hombre se pasaba mucho. Thompson se pasaba, y en cantidad. A la hora de escribir, Big Jim no sabía lo que era la contención. Lo que habla de su extrema osadía: osadía para ver las cosas como son, osadía para reflejarlas en el papel, osadía para publicar unas obras como las suyas.

Sus novelas son aterradoras viñetas del dolor, la hipocresía y la desesperación existentes en tantas y tantas pequeñas poblaciones estadounidenses. Son novelas marcadas por una fealdad imponente, por un mal gusto que se diría triunfal. Thompson narraba unas historias tremendas, pero las historias tremendas están lejos de ser verdadera literatura. ¿Quién puede saberlo mejor que yo mismo? Lo que convierte a los libros de Thompson en literatura es su disección clínica de la mente alienada, de la psique trastornada hasta convertirse en una bomba de nitrógeno, de las personas cuya existencia recuerda a unas células enfermas e inscritas en el intestino de la sociedad norteamericana.
Thompson no siempre era bueno, pero cuando estaba en forma era el mejor de los escritores..., precisamente porque llegaba hasta el límite. El lector siempre acaba sumergiéndose en los enfebrecidos relatos de Thompson, relatos que progresan gracias a que el escritor piensa llevarlos hasta sus últimas consecuencias, por muy feo, perverso o desagradable que sea su final (quienes sólo conozcan la versión fílmica de La huida no tienen idea de los horrores existenciales que aguardan a Doc y Carol McCoy allí donde Sam Peckinpah decidió poner punto final a la historia).

 Alguien tiene que examinar las heces de la sociedad; alguien tiene que describir esos tumores que repelen a los miembros más refinados de nuestra sociedad. Jim Thompson fue uno de los pocos que se atrevió.

 Thompson está muerto y no ha sido reeditado con particular prodigalidad; sin embargo, no todos lo han olvidado. Gracias a Dios, es algo habitual. Los grandes escritores siempre parecen componérselas para seguir en el candelero. Razón por la que tenéis este libro entre manos, supongo. Y ahora, amigos, abrochaos los cinturones y echad mano a las mascarillas antigás.

Disponeos a adentraros en la oscuridad sin mi concurso, sin el de Eudora Welty ni el de John Updike, Truman Capote o Edmund Wilson. Vuestro acompañante es un verdadero maníaco experto en el lado oscuro de la naturaleza humana. Igual os da asco. Igual dejáis de leer, arrugando la nariz mientras soltáis una nerviosa risilla de horror. Lo que está claro es que el gran Jim Thompson no piensa detenerse... y mucho me temo que vosotros tampoco.

STEPHEN KING
Bangor, Maine, septiembre de 1985

4 comentarios:

Pablo dijo...

El último párrafo del prólogo es brutal, sobretodo cuando dice "es un verdadero maníaco experto en el lado oscuro...". Dan unas ganas inmensas de leerlo.

alcorze dijo...

Pablo, Thompson, por lo que le he leído hasta la fecha, era un escritor, como dice King, de los buenos. Esta novela en particular es dura e impactante.

Meg dijo...

Menudo prólogo más entusiasta, no conocía el libro, me lo anoto. Un beso!!

David Gómez Hidalgo dijo...

Tengo pendiente 1280 almas, todo un clásico, pero no veo el momento, jajaja.
Saludos