Remedio para melancólicos, una antología de veintidos relatos de Ray Bradbury en la que está incluído "Cuento de Navidad"
Pues eso, que felices fiestas para todos los que pasáis por aquí. Espero de corazón que seais felices y podáis ver cumplidos vuestros deseos, tanto esta navidad como en el año que entra.
Por mi parte, y tomando el genial ejemplo de
mientrasleo, os dejo este breve relato escrito por el recientemente fallecido Ray Bradbury, uno de los grandes escritores del siglo XX.
Cuento de Navidad.
Ray Bradbury
El día siguiente sería Navidad
y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la
madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el
espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable
posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos
pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas
blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa
fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando éstos llegaron,
murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
- ¿Qué
haremos?
-Nada, ¿qué podemos hacer?
-¡Al niño del
hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros
fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en
entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
- Ya se me
ocurrirá algo- dijo el padre.
-¿Qué...? -preguntó el
niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio
oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de
2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni
años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca
de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó
y dijo:
- Quiero mirar por el ojo de buey.
-
Todavía no -dijo el padre-. Más tarde
-Quiero ver dónde estamos y
a dónde vamos.
- Espera un poco -dijo el padre.
El
padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la
fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había
tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si
daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-
Hijo mío -dijo -dentro de media hora será Navidad.
La madre lo
miró consternada, había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El
rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
- Sí, ya
lo sé. ¿Tendré un regalo?. ¿ Tendré un árbol? Me lo prometiste.
-
Sí, sí, todo eso y mucho más- dijo el padre.
-Pero... -empezó a
decir la madre.
-Sí -dijo el padre-.Sí, de veras. Todo eso y más,
mucho más. Perdón un momento. Vuelvo pronto-
Los dejó solos unos
veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
- Ya es casi la
hora-
- ¿Puedo tener un reloj?- preguntó el niño.
Le dieron el reloj y el niño lo sostuvo entre los dedos; un resto del tiempo
arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.
-
¡Navidad!, ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
- Ven, vamos a
verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
salieron de la
cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los
seguía.
- No entiendo
-Ya lo entenderás- dijo el
padre-. Hemos llegado
Se detuvieron frente a una puerta cerrada
que daba a una cabina. El padre llamó tres veces, y luego dos, empleando un
código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina y se oyó un murmullo de
voces.
- Entra, dijo
- Está oscuro
- No tenas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá
Entraron en
el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante
ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y
medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se
quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el
espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron
a cantar.
- Feliz Navidad- dijo el padre
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y
aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo
rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el
resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.